Imagina tu mundo interior como un escenario a oscuras.
De pronto se enciende un foco de luz que ilumina un círculo pequeño en el centro del escenario.
Ese círculo está iluminado por la “luz de la conciencia”. Todo lo que podemos ver se encuentra dentro de ese círculo iluminado. Lo que accede a nuestra experiencia, lo que pensamos, sentimos y sabemos acerca de nosotros en un momento determinado está dentro de ese círculo.
Ese es nuestro aspecto consciente. Lo que queda por fuera de él es inconsciente.
Todo el tiempo vemos cosas entrando y saliendo del círculo de la conciencia.
Por momentos, cuando experimentamos un repentino “darnos cuenta”, el círculo iluminado se agranda, se enriquece, somos más conscientes de nosotros mismos.
Pero el círculo nunca llega a agrandarse lo suficiente como para abarcar todo el escenario.
Tal vez el foco de luz no sea tan potente.
Tal vez el escenario es inconmensurablemente grande.
A veces podemos tener súbitos atisbos de la totalidad y en estados no ordinarios de conciencia —en experiencias cumbres, de iluminación— el círculo parece agrandarse como para cubrir todo el escenario.
Los que lo experimentan lo describen como una experiencia espiritual: una visión de la divinidad, una comunión con el Todo. Pero no es la experiencia más común para la mayoría de nosotros.
Podemos creer que cuanto mayor sea el círculo de la conciencia, cuanto más espacio del escenario esté iluminado por esa luz, mejor podremos experimentar los dramas o las comedias que cobran vida sobre el escenario.
Muchas terapias y caminos de crecimiento apuntan a ese fin: expandir el campo de la conciencia, ser cada vez más conscientes de nosotros mismos.
Eso está muy bien.
Podemos creer que un objetivo mejor que agrandar el círculo iluminado y expandir los límites de la conciencia es lograr que estos límites sean más permeables, es decir, que haya más fluidez y comunicación entre lo que está dentro del círculo y lo que está por fuera de él. Eso también está muy bien.
Lo consciente y lo inconsciente son dos aspectos de la misma totalidad que somos. Son opuestos que no son enemigos. Como la cara iluminada y la cara oscura de la luna. Como el dorso y la palma de la mano, van siempre juntos.
Uno es enorme y desconocido. El otro es pequeño y conocido. El pequeño es tan inteligente como soberbio. Si se enfrentan, el grande tiene las de ganar. Si se reconcilian, ganan los dos. Creemos que somos el pequeño… y estamos equivocados. Como el día y la noche. Somos los dos.
El idioma del inconsciente
El lenguaje del inconsciente está conformado por imágenes, metáforas, analogías y acciones.
No es un lenguaje racional, lógico, bien estructurado semántica ni gramaticalmente.
El inconsciente se expresa a través de los sueños, los olvidos, y los lapsus linguae (tal como lo planteó acertadamente Freud hace más de cien años). También a través de las fantasías, las ensoñaciones diurnas, las intuiciones, los accidentes, los síntomas y el arte.
Todas estas son manifestaciones del inconsciente.
El inconsciente, desde el lado oscuro del escenario, irrumpe en el círculo iluminado de la conciencia de múltiples formas.
No nos habla con frases bien ordenadas que puedan comprenderse desde la mente racional. Su aparición comunica por su misma presencia en un lenguaje que parece no tener sentido si lo examinamos bajo la lupa de la razón.
Si queremos comunicarnos con aspectos inconscientes, necesitamos hacerlo en su mismo idioma.
El idioma del inconsciente es el lenguaje del cuerpo, de las imágenes, de las metáforas, de las analogías y de las acciones.
Algunas corrientes psicológicas tradicionales entienden que el inconsciente se expresa a través de símbolos. Esos símbolos deben ser descifrados para comprender su significado.
Aún cuando sea posible considerar que las imágenes que aparecen en el sueño, o los síntomas, son simbólicas —es decir, expresan su sentido de una manera indirecta, encubierta, mediatizada—, no necesariamente tienen un significado único o universal que pueda ser estudiado y analizado en términos racionales a la manera de un diccionario que indique que tal símbolo significa tal o cual cosa.
Los símbolos, o mejor dicho, las formas en que se expresa el inconsciente, son individuales, personales, y cobran sentido sólo en el particular modelo del mundo de cada persona.
La mejor manera de comprenderlos no es el análisis racional, sino la comunicación con el propio inconsciente en el aquí y ahora de la experiencia.
Podemos comunicarnos con nuestros aspectos inconscientes si les hablamos en su mismo idioma.
Excelente Gabriel, abrazos con cariño desde México ( Metepec)